- Camino cuidadosamente por el parque, para no pisar el excremento de los perros que muchos de sus dueños no recogen. Más adelante veo pequeños montones de basura en la banqueta, en las jardineras, incluso arriba de los árboles. Sí, hay gente que se esfuerza en esconder los desechos que tira en la vía pública.
- Al cruzar la calle (con mi semáforo peatonal en verde) tengo que estar alerta porque siempre hay alguien que se "vuela" la vuelta en rojo. Varias veces he tenido que correr para salvarme de un auto o un microbús. En la siguiente esquina zigzageo para cruzar entre los automóviles que se quedan sobre las rayas peatonales.
- Me topo a la gente que sale con prisa de la estación de metro, me empujan, me golpean; no sólo a mí, también al niño y la abuela que vienen atrás.
- Subo al metro, que va lleno. Una joven ocupa el asiento "reservado" para mamás, discapacitados y personas de la tercera edad. Cuando sube un abuelito, ella finge no verlo, voltea para otro lado para no cederle el asiento.
Las escenas anteriores son parte de mi vida diaria, en el camino a mi trabajo o de vuelta a casa. Algunos, con el típico humor sarcástico del mexicano me dirán "¡Bienvenida a México!", justificando estas actitudes que son normales para muchos.
Entonces ¿a qué viene mi listado de obviedades? A que es el año 2012. Todos estamos hablando del "cambio". Los políticos lo prometen, juran que esta vez sí llega. Los votantes lo exijen, lo gritan, dicen que es tiempo de vivirlo. Y por todos los medios tachamos a los políticos de rateros, corruptos, hipócritas; es nuestro derecho como ciudadanos el decirlo, pero no puedo evitar preguntarme ¿dónde está nuestra coherencia?
Digo esto de la manera más objetiva, sin una visión pesimista de la situación. En verdad me parece difícil que un ciudadano que no puede siquiera tirar la basura en el lugar que corresponde, esté dispuesto a un mayor compromiso por un cambio en el país. Si no podemos cuidar los espacios públicos que nosotros mismos disfrutamos, si nos cuesta ser amables y considerados con el vecino, si así somos en lo pequeño, en el día a día ¿cómo podremos trabajar por lo grande, por los profundos problemas de desigualdad, de pobreza, de violencia?
Veo a tantos esperando que el gobierno cambie para cambiar el país. Pero el país no es su gobierno, ni sus políticos. Nosotros somos el país: los que caminamos en el parque, cruzamos las esquinas, usamos el transporte público, manejamos automóviles, vivimos en colonias, los que educamos a las nuevas generaciones de mexicanos.
Insisto, no es mi intención ser pesimista. Por el contrario, la realidad me inspira para este análisis. Cada vez que un automovilista me cede el paso y el de atrás le pita para reclamarle, vuelvo a preguntarme ¿será que tenemos el país que merecemos?
1 comentarios:
Excelente reflexión tocaya. Creo que la respuesta todos la sabemos. Es obvia. Ojalá el cambio, del que tanto hablan, surgiera en nuestros interiores y en el interior de nuestros hogares. No necesitamos un mejor presidente. Necesitamos mexicanos dispuestos al cambio.
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